«Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo»

EVANGELIO DE HOY Marcos (3,20-21):

En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

PARA VIVIR LA PALABRA:

Marcos hoy nos muestra dos vertientes de la vida de Jesús: Su relación con la gente “que no le dejaban ni comer.” Jesús volvió a casa. Su hogar ahora está en Cafarnaún (Mc 2,1). No vive ya con la familia en Nazaret. Sabiendo que Jesús estaba en casa, la gente acude en su búsqueda. Se juntó tanta gente que él y sus discípulos no tenían ni siquiera tiempo para comer. Más adelante Marcos habla, de nuevo, de la dedicación a la gente hasta el punto de no tener tiempo para comer con sosiego (Mc 6,31). La figura de Jesús, se va haciendo cada vez más atractiva, y como un imán arrastra al pueblo hacia sí, cada vez con fuerza más irresistible. En él la gente va descubriendo el triunfo del bien sobre el mal, el triunfo de la justicia, de la bondad, incluso sobre los males físicos. “Todo lo ha hecho bien.”

En sus parientes en cambio, crece la preocupación. Llegan a pensar: “¡Está loco!” Tal vez, porque Jesús se apartaba del comportamiento normal; o porque comprometía el nombre de la familia. Sea como fuere, sus parientes deciden llevárselo de nuevo a Nazaret y reducirlo a su vida “normal.”.

Comenta S. Juan Pablo II: “Durante los treinta años de su permanencia en Nazaret, Jesús no revela sus cualidades sobrenaturales y no realiza gestos prodigiosos. Ante las primeras manifestaciones extraordinarias de su personalidad, relacionadas con el inicio de su predicación, sus familiares (llamados en el evangelio «hermanos») se asumen —según una interpretación— la responsabilidad de devolverlo a su casa, porque consideran que su comportamiento no es normal (cf. Mc 3, 21).”

Es la tentación en que podemos caer, al “familiarizarnos” con nuestra forma de vivir la fe y realizar nuestras prácticas religiosas. Vemos esto como “normal.” Como es normal caer en la tibieza y en la rutina que va enfriando y dejando apagar la fe. Y desde esta situación lastimosa, nos permitimos, incluso, ver con malos ojos y criticar a aquellos que sí cultivan y viven su fe, su vida de oración y de celo apostólico. Nos ponemos en la situación de los familiares de Jesús.

Si no cultivamos nuestra vida de oración, la práctica de la caridad , y las hacemos crecer junto con las virtudes cristianas y el celo apostólico, es posible que caigamos en el naturalismo y rechacemos el progreso en la vida espiritual y muchas mociones y dones del Espíritu Santo, que vendrían a enriquecer nuestra vida espiritual, y hacernos ver las maravillas que Dios sigue obrando en nuestro entorno. Como las obró en Sta. Inés, cuya memoria hoy celebramos.

De ella escribe el Papa Benedicto XVI: “Si el martirio es un acto heroico final, la virginidad es fruto de una prolongada amistad con Jesús madurada en la escucha constante de su Palabra, en el diálogo de la oración y en el encuentro eucarístico. Inés, todavía joven, 12 años, había aprendido que ser discípulos del Señor quiere decir amarlo poniendo en juego toda la existencia. Este título doble —virgen y mártir— recuerda a nuestra reflexión que un testigo creíble de la fe debe ser una persona que vive por Cristo, con Cristo y en Cristo, transformando su vida según las exigencias más altas de la gratuidad.”

Que tengas un buen día recordando a la admirable niña Sta. Inés.