«¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?»

EVANGELIO DE HOY Mateo (11,2-11):

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:

«Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.» Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

PARA VIVIR LA PALABRA:

Hoy damos paso a la Catequesis de S. Juan Pablo II (extracto), en la Audiencia general del 04031987: Jesucristo, cumplimiento de las profecías sobre el Mesías. No tiene desperdicio.

“Sabemos incluso que el mismo Juan Bautista, que había señalado a Jesús junto al Jordán como “El que tenía que venir” (cf. Jn 1,1530), pues, con espíritu profético, había visto en Él al “Cordero de Dios” que venía para quitar los pecados del mundo; Juan, que había anunciado el “nuevo bautismo” que administraría Jesús con la fuerza del Espíritu, cuando se hallaba ya en la cárcel, mandó a sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres Tú que ha de venir o esperamos a otro?” (Mt 11,3).

Jesús no deja sin respuesta a Juan y a sus mensajeros: “Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Lc 7,22). Con esta respuesta Jesús pretende confirmar su misión mesiánica y recurre en concreto a las palabras de Isaías (cf. Is 35,45 Is 6,1). Y concluye: “Bienaventurado quien no se escandaliza de mí” (Lc 7,23).

Estas palabras finales resuenan como una llamada dirigida directamente a Juan, su heroico precursor, que tenía una idea distinta del Mesías.

Efectivamente, en su predicación, Juan había delineado la figura del Mesías como la de un juez severo. En este sentido había hablado “de la ira inminente”, del “hacha puesta ya a la raíz del árbol” (cf. Lc 3,7 Lc 3,9), para cortar todas las plantas “que no den buen fruto” (Lc 3,9). Es cierto que Jesús no dudaría en tratar con firmeza e incluso con aspereza, cuando fuese necesario, la obstinación y la rebelión contra la Palabra de Dios; pero Él iba a ser, sobre todo, el anunciador de la “buena nueva a los pobres” y con sus obras y prodigios revelaría la voluntad salvífica de Dios, Padre misericordioso.

La respuesta que Jesús da a Juan presenta también otro momento que es interesante subrayar: Jesús evita proclamarse Mesías abiertamente. De hecho, en el contexto social de la época ese título resultaba muy ambiguo: la gente lo interpretaba por lo general en sentido político. Por ello Jesús prefiere referirse al testimonio ofrecido por sus obras, deseoso sobre todo de persuadir y de suscitar la fe.

En Él, la conciencia de la misión mesiánica correspondía a los Cantos sobre el Siervo de Yahvé de Isaías y, de un modo especial, a lo que había dicho el Profeta sobre el Siervo Sufriente: “Sube ante él como un retoño, como raíz en tierra árida. No hay en él parecer, no hay hermosura. Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores, y familiarizado con el sufrimiento, y como uno ante el cual se oculta el rostro, menospreciado sin que le tengamos en cuenta. Pero fue Él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados” (Is 53,25).

Jesús defiende con firmeza esta verdad sobre el Mesías, pretendiendo realizarla en Él hasta las últimas consecuencias, ya que en ella se expresa la voluntad salvífica del Padre: “El Justo, mi siervo, justificará a muchos” (Is 53,11). Así se prepara personalmente y prepara a los suyos para el acontecimiento en que el “misterio mesiánico” encontrará su realización plena: la Pascua de su muerte y de su resurrección. A esto se refieren también estas palabras de Isaías: “El mismo Dios vendrá y nos salvará: Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos: entonces el cojo saltará como un siervo” (Is 35,5).

Que tengas un día feliz lleno de esperanza