«El virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse»

EVANGELIO DE HOY Lucas (9,7-9):

En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»

Y tenía ganas de ver a Jesús.

PARA VIVIR LA PALABRA:

“Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él”, nos dice Mateo (Mt 0,7). Galilea, tierra de Jesús, era gobernada por Herodes Antipas, hijo del rey Herodes, el Grande, desde el año 4 antes de Cristo, hasta el 39 después de Cristo: 43 años. Era dueño absoluto de todo, y para congraciarse con Roma y enriquecerse él mismo, exprimía al pueblo sin miramiento alguno.

La escena que nos narra Lucas revela a las claras la catadura moral de este rey. Recordemos que durante la pasión “hizo numerosas preguntas a Jesús, pero él respondió con el silencio.” Lc 23,8-12. Ya había intentado eliminarlo, al saber de su nacimiento por los Magos. Y al verse burlado por ellos, en un ataque de ira, se cobró con los inocentes Mt 2, 16-17. Su cuñada y esposa, Herodías, no le andaba a la zaga en miseria moral y crueldad.

Desde esa situación no podía sentirse muy seguro ante los crecientes rumores de la gente, que incluían la posibilidad de que el Bautista hubiera resucitado. Pero aunque se tratase de Elías o uno de los antiguos profetas, que venían del “otro mundo”, no le podía resultar muy tranquilizador. “¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de ver a Jesús. Sería mejor acabar por saber de primera mano de quién se trataba. Y no precisamente para hacerse discípulo suyo. Las ganas de Herodes de ver a Jesús en nada se parecían a las que mostró Zaqueo, al subirse al sicómoro para verle pasar Mt 19,2-4; o las del centurión que le imploró a favor de su criado Mt 8,6; o a las de tantos otros, ciegos, sordos, leprosos… que hallaron en él su salvación.

En la mente de Herodes revolotean dudas, temores, remordimientos y todo un cúmulo de interrogantes para los que no halla respuesta. La oscuridad de sus pecados lo envuelve y abruma. Pero no hay atisbo de arrepentimiento en su conciencia. Por eso Jesús, pese a su misericordia infinita, no le da audiencia; no pierde el tiempo con él. Al contrario, cuando es advertido de que Herodes quiere matarlo, responde sin reparo: “Id a decir a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado…” Lc 113,32. Herodes está muy lejos de “los limpios de corazón, que verán a Dios”(Mt 5,8). Más bien se acerca, según afirma Pablo a los Tesalonicenses, “a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor a la verdad, que les hubiera salvado. Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira, para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad” 2Tes 2 9-12. Deseemos con toda el alma ver a Jesús. Pero no como Herodes, sino como los limpios de corazón.

Que tengas un feliz día pletórico de luz y paz.