«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?»

EVANGELIO DE CADA DIA Lucas (6,39-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame que te saque la mota del ojo,» sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.»

PARA VIVIR LA PALABRA

A esta parábola precede la exhortación de Jesús a practicar la misericordia con los hermanos, como Dios es misericordioso. A no juzgar; a ser generosos y dadivosos, porque con esa misma medida se nos medirá. (Lc. 6,36-38). Quiere que nuestra relación con los demás refleje la bondad de Dios y sea instrumento de la misma.

A continuación viene a rebajar los humos de algunos discípulos que ya empiezan a creérselo. Y les aplica la misma medicina usada con los fariseos en Mt. 15,14: “Un ciego no puede guiar a otro ciego”. El discípulo está llamado a ser maestro un día, “cuando termine su aprendizaje”, hasta ser capaz de “guiar” a los demás. Para ello no basta con saber la teoría. Es necesaria la experiencia de la virtud practicada y adquirida, hasta constituirse el discípulo en un modelo para los demás, como el Maestro. Hasta entonces, surge con mucha frecuencia la tentación de aplicar la teoría a los demás, antes que a uno mismo. Y esta es la viga que nos hemos de sacar del propio ojo, el orgullo que lleva consigo aparejado el odio y el menosprecio al prójimo, a quien pretendo perfeccionar.

San Agustín comenta este pasaje con agudo ingenio. No tiene desperdicio: “Es decir: Sacúdete de encima el odio. Entonces podrás corregir a aquel que amas. El evangelio dice con razón “hipócrita”. Reprender los vicios es propio de los hombres justos y buenos. Cuando lo hacen los malos, usurpan el papel de los buenos. Hacen pensar en los comediantes que esconden su identidad detrás de una máscara…

Cuando estamos obligados a corregir o a reprender, prestemos atención escrupulosa a la siguiente pregunta: ¿No hemos caído nunca en esta falta? ¿Nos hemos curado de ella? Aún si nunca la hubiésemos cometido, acordémonos de que somos humanos y que hubiéramos podido caer en ella. Si, por el contrario, la hemos cometido en el pasado, acordémonos de nuestra fragilidad para que la benevolencia nos guíe en la corrección o la reprensión y no el odio. Independientemente de que el culpable se enmiende o no, -el resultado siempre es incierto,- por lo menos podremos estar seguros de que nuestra mirada sobre él se ha mantenido pura. Pero, si en nuestro vernos por dentro descubrimos el mismo defecto que pretendemos reprender en el otro, en lugar de corregirlo, lloremos con el culpable. No le pidamos que nos obedezca, sino invitémosle a que nos acompañe en nuestro esfuerzo de corregirnos.

El Señor en este pasaje nos pone en estado de alerta contra el juicio temerario e injusto. Él quiere que actuemos con un corazón sencillo y que sólo a Dios dirijamos nuestra mirada. Puesto que el verdadero móvil de muchas acciones se nos escapa, sería temerario hacer juicios sobre ellas. Los que más prontamente y de manera temeraria juzgan y censuran a los demás son los que prefieren condenar antes que corregir y conducir al bien, y esto denota orgullo y mezquindad… Un hombre, por ejemplo, peca por cólera, tú le reprendes con odio. La misma distancia hay entre la cólera y el odio que entre la mota y la viga. El odio es una cólera inveterada que, con el tiempo, ha tomado esta gran dimensión y que, justamente, merece el nombre de viga. Puede ocurrirte que te encolerices, deseando corregir, pero el odio no corrige jamás…. Primeramente echa lejos de ti el odio: después podrás corregir al que amas.”

Que tengas un buen día de progreso en la virtud.