«La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta…»

EVANGELIO DE HOY Lucas (4,38-44):

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando.

De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.» Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: «También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.» Y predicaba en las sinagogas de Judea.

PARA VIVIR LA PALABRA:

Jesús “con la fuerza del Espíritu Santo” (Lc. 4,18), prosigue su “misión” , anunciando la Buena Nueva a los pobres y realizando los signos anunciado por los profetas que acompañarán al Mesías. Y concluida su labor en la sinagoga aquel sábado va a casa de Simón, como a su propia casa. Sus hermanos y hermanas son quienes escucha y ponen por obra la Palabra de Dios. Y allí prosigue su misión, esta vez con la suegra de Pedro, a petición de los acompañantes: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Con la fuerza de su palabra “increpó a la fiebre, y se le pasó.”

Según San francisco de Sales “sucedió así: habiendo entrado a la casa para comer el Salvador, Juan, Santiago y Andrés, con su hermano Pedro, se pusieron de acuerdo, antes de sentarse a la mesa, para pedirle que curase a esa mujer. Esta petición nos recuerda la comunión de los santos por la cual, el cuerpo de la Iglesia está tan unido que todos sus miembros participan en el bien de cada uno de ellos. Por eso todos los cristianos tienen parte en las oraciones y buenas obras que se hacen en la Iglesia. Y esta comunión no es solamente en la tierra, sino que se extiende a la otra vida, pues nosotros participamos de las oraciones de los bienaventurados que están en el Cielo. En eso consiste la comunión de los santos, que está aquí representada en la curación de esta enferma, que no la consiguió ella, con sus ruegos, sino que se hizo por los ruegos de los Apóstoles intercediendo por ella.

Pasado el reposo sabático, “al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando.” Él viene a sacar al hombre del error y de toda clase de mal. Viene a restaurar la Humanidad caída bajo el pecado y a cada hombre en su integridad. Los demonios pretenden inutilizar su obra, pero Jesús no les deja hablar y les expulsa. La obra de Jesús suscita una reacción egoísta entre las gentes: quieren aprovecharle, y utilizarle como un simple curandero. Pero Jesús sigue fiel a su misión universal.
Digamos con San Jerónimo:

«¡Ojalá venga y entre el Señor en nuestra casa y con un mandato suyo cure las fiebres de nuestros pecados! Porque todos nosotros tenemos fiebre. Tengo fiebre, por ejemplo, cuando me dejo llevar por la ira. Existen tantas fiebres como vicios. Por ello, pidamos a los apóstoles que intercedan ante Jesús, para que venga a nosotros y nos tome de la mano, pues si él toma nuestra mano, la fiebre huye al instante.»

Que tengas un día feliz «sin fiebre».