«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!»

EVANGELIO DE HOY Mateo (23,23-26)

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!»

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura!»

PARA VIVIR LA PALABRA

En su capítulo 23 Mateo nos acerca al desenlace del drama que se viene tramando entre escribas y fariseos y Jesús. Los jefes de Israel han acumulado todos los vicios que condena el profeta Ezequiel en los malos pastores. Y les será quitado el rebaño del pueblo de Dios, al que no sólo no han servido, sino que han esclavizado, sometiéndolo a sus intereses personales (Ez 22,6-18). A ellos van dirigidos los siete terribles ayes o condenas de parte de Jesús, por las razones que expresa, con tanta claridad, en cada una de ellas.

De otra parte, Jesús se ha proclamado Señor del sábado, Señor del templo (Mt 12,6-8); e incluso se muestra por encima de la Ley: “habéis oído que se dijo… pero yo os digo…” reclamando una justicia superior a la de escribas y fariseos (Mt. 5,20 ss). Para los judíos el sábado es el día sagrado y signo de identidad nacional. El templo era el lugar del encuentro con Dios; y la Ley, su referente moral. Escribas y fariseos con sus interpretaciones habían convertido Templo, Sábado y Ley e instrumentos que manejaban para imponer su autoridad sobre el pueblo y obtener sus beneficios personales. Comprenden que Jesús ha trasladado el centro de su religión o de la Antigua Alianza, que era el culto del Templo, o lugar del encuentro con Dios, y la Ley, expresión de su voluntad, a su propia persona:

«Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6).

«El que quiera ser mi discípulo…» ya no dice: cumpla la Ley, sino «que me siga a mí» (Lc 9,23). Todo ello suena a blasfemia a oídos de los Jefes de Israel. Y sentencian la pena de muerte, sin contemplaciones.

Jesús, por su parte, ve que se acerca la hora, y suelta su lengua con toda claridad, pronunciando su sentencia definitiva sobre escribas y fariseos, con estas siete maldiciones o ¡ay de vosotros!, que nos describe Mateo, extendiendo su condena a toda Jerusalén (v. 17).

Es irreconciliable el espíritu farisaico, hipócrita y farsante, con los pobres, de espíritu, limpios de corazón, hambrientos y sedientos de justicia, mansos y humildes, misericordiosos, etc, etc. Se han convertido en polos opuestos. La tragedia se hace inevitable. Jesús irá a la cruz y Jerusalén será arrasada. Hoy ya no hay Templo, ni Rey, ni sacerdocio ni culto, para los judíos. Cristo Resucitado ya no los necesita para preparar el camino. Porque el Camino es Él, resucitado y glorioso, Verdad y Vida.

Que tengas un buen día por el camino de los bienaventurados.